Ayer Ana lloró al contarme su historia y fue allí, en ese pequeño apartamento, cuando me di cuenta lo poco que he llorado por lo que vale la pena llorar. He derramado lágrimas por las cosas más estúpidas. Es hora de llorar por aquello que merecer "ser llorado".
No fue hasta hoy que pude llorar un poco. Es ese mismo dolor y esa misma herida. Es la "horfandad". Es todo, es la vida. Ella, que se posa sobre mí de un día para otro. Ella que me inspira y promete un oasis al final de ese desierto. Cada vez que llego al horizonte donde tendría que estar el oasis prometido me doy cuenta que está más adelante.
Y así dialogamos ella y yo. Ella me pone la zanahoria delante y yo continúo. Aunque sepa que la zanahoria cuelgue de una vara larga. Aunque sepa que nunca la voy a morder.
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