miércoles, 6 de mayo de 2009

la gata



1001 gatos de schrodinger



Vimos el apartamento y fue dolor a primera vista. El coreano que nos lo alquiló nos hizo firmar un contrato donde no se le adjudicaba ninguna responsabilidad si venía un tsunami y nos hacía mierda todo (hubieron a su vez cláusulas de terremotos y turbas saqueadoras).

Empezamos a limpiar el lugar y fue allí donde apareció. Un vidrio roto y una cagada monumental fueron el anuncio de su llegada a nuestras vidas. Con los gatos hay que entender que uno no es el dueño sino ellos. Así que por consiguiente el apartamento no era el coreano sino ella. Los fregados (el coreano y don baudilio (el guardián)) estaban bien al tanto de la su existencia y nos ofrecieron ponerle bocado pero no quisimos…

No me lamento, hasta el día de hoy, el haber dejado pasar la oportunidad de matarla. Tanto discurso ambientalista y vegetarianismo no ha sido en vano. Se inició entonces el acercamiento, fue como tratar de ganarnos su confianza, yo tomé la iniciativa comprándole comida y su arenero. Todo fue en vano. Se cagó en los cojines de la sala, se orinaba en todos lados. El colmo fue cuando se orinó en un sartén. Ese fue el fondo hasta donde estuvimos dispuestos a llegar.

Lo que yace más allá de tanta mierda es algo que no quisimos averiguar. Cortamos todo: comida, arena y atenciones. Hasta el día de hoy todavía encuentro sus huellas en la cocina. Tal vez no somos gente de gatos o tal vez ella no es gata para gente. Hay entre nosotros diferencias irreconciliables.

1 comentario:

Aaron Lechuga dijo...

ahhh los gatos, los odio no puedo decir mas