miércoles, 3 de diciembre de 2008
Escuchar el silencio
Constantemente salíamos a comer al Centro de antaño después de la misa de los domingos, como toda familia “bien”, las salidas familiares de mi niñez se ven ahora tan lejanas y borrosas como un paraje que se diluye en la distancia. De pequeña me costó entender el doble sentido de la vida, aún no lo entiendo. En la mesa se callaban muchas cosas, las cosas que en realidad se debían de hablar. Se gastaban palabras en las cosas que no valían la pena. Yo hablé en el silencio. Grité mi dolor rasgando mi alma en un intento por romper ese manto paralizante pero mis gritos cayeron en oídos sordos. Años pasaron y aprendí a escuchar el silencio. Es lo que no se dice lo que más nos marca y lo que nos llevamos a la tumba. Es lo que no escuchamos y que al ver atrás nuestra mente descifra, la distancia es la cima lejana que nos permite entender el camino recorrido, allí se escucha el silencio. La distancia me permite escuchar lo dicho entre las sonrisas falsas del retrato de una familia “bien” y por fin liberar en la cima cercana al cielo el dolor que como cenizas se entregan con levedad al viento con este emitir de lo que parecieran mis primeras palabras.
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